CARTA ABIERTA HIJ@S DEL EXILIO
Somos hij@s del exilio. Nuestros padres fueron exiliados políticos de la dictadura militar que impusieron en la Argentina entre los años 1976 y 1983. Ellos se vieron obligados a dejar el país pues sus vidas corrían peligro. También las nuestras. Desde pequeños nos convertimos en víctimas de la violenta represión que azotó a nuestro país.
El exilio político que nos tocó vivir es una violación a los Derechos Humanos. Una situación traumática y conflictiva que nos acompañó durante años y que nos acompañará el resto de nuestras vidas. Sus consecuencias han sido muchas y aún hoy, 30 años después, persisten. Ha habido peores atrocidades que el exilio, como las desapariciones de personas, las torturas, los secuestros clandestinos y las apropiaciones de niños. Esos delitos los sentimos como si nos hubiesen pasado a nosotros, en muchos casos también nos sucedieron. Por respeto, de nuestra parte ha habido silencios. Había dolores mayores y violaciones a los Derechos Humanos más urgentes para denunciar, repudiar, elaborar y procesar en tanto sociedad. Así el exilio fue quedando relegado. Pero esos silencios y omisiones no borran las heridas. Ellas están, persisten y han crecido en estos años. Hoy creemos que es tiempo de hablar de todo esto que nos pasó y que nos pasa. Queremos agudizar el camino de la memoria y dar a conocer lo que fue el exilio para nosotros, y que eso colabore a la reconstrucción de esta Argentina en democracia, donde queda tanto por mejorar y cambiar.
La necesidad de reflexionar y procesar el exilio que sentíamos individualmente en soledad, hoy se nos presenta colectivamente. Hijos e hijas de exiliados políticos nos empezamos a reunir, comenzamos a hablar de nuestras experiencias, y en muchos casos, encontramos por primera vez un espejo en el cual reflejarnos. Sentimos que ya no éramos ese “bicho raro”, apodo con el que durante años convivimos. Nos encontramos con otr@s que pasaron por la misma experiencia, que tenían conflictos con ello. Conflictos como la doble identidad que todos albergamos, la argentina y la de los países que nos refugiaron, en los cuales crecimos y/o nacimos; la dualidad identitaria, que nos dificultó echar raíces. Algunos de nosotros, después de mucho tiempo, hemos podido resolver este conflicto fundamental; y otros, aún continuamos buscando un lugar de pertenencia donde construir nuestras vidas.
El regreso a la Argentina, una vez instaurada la democracia, ha sido muy duro de sobrellevar. Fue muy difícil tratar de encajar en una sociedad llena de prejuicios e indiferente a la peor pesadilla de nuestra historia. Difícil adaptarse a una sociedad que no podía, no quería o no sabía contenernos y que, incluso, muchas veces nos acusaba. El exilio nos dividió, nos partió al medio. Somos argentinos, pero también mexicanos, españoles, nicaragüenses, ecuatorianos, italianos, holandeses, brasileños, etc... ¿Cuál es nuestra identidad? ¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿Qué código cultural manejamos?. En muchos casos somos apátridas, extranjeros, sin nacionalidad, sin una situación jurídica clara tan siquiera.
El exilio de nuestros padres luego se convirtió en nuestro exilio, en nuestro desarraigo, porque cuando ellos “volvieron”, nosotros “nos fuimos”. Nos fuimos del lugar donde habíamos nacido o crecido, que para ellos era extraño, pero que para nosotros era el nuestro, y tuvimos que dejarlo para empezar de nuevo en su querida Argentina.
En la construcción de identidad es fundamental la socialización primaria, se trata de la interiorización de los elementos culturales que ocurre en los primeros años de vida. La niñez es el momento de adquirir los códigos con los que nos vamos a manejar en el mundo, es el momento de aprender a manejarse en sociedad, a interaccionar con el medio. Es un aprendizaje que nos va a marcar de por vida. Nuestra socialización primaria no ha sido en la Argentina, sino en otros países. Nos robaron ese derecho y a pesar del afecto que sentimos por los países que nos refugiaron, era aquí donde tendría que haber ocurrido. Y vinimos a la Argentina y tuvimos que volver a adaptarnos. Una adaptación que nos fue extremadamente dolorosa, sobre todo si le sumamos el hecho de que éramos pequeños y no comprendíamos bien lo que ocurría, no lo podíamos racionalizar, no sabíamos nada de países, de sociedades y culturas diferentes, nada de política, ni dictaduras y democracias. Los sentimientos estaban, sentimos los abandonos, las pérdidas, la marginación, la exclusión por “ser diferente”, por no manejar los códigos, la lengua, sentíamos la pérdida de nuestro mundo, de nuestros amigos, de nuestro entorno y cotidianeidad. De la noche a la mañana todo lo que nos rodeaba había cambiado, y eso nos desestabilizaba emocionalmente. Y esa es nuestra marca, así crecimos y construimos nuestras identidades individuales. El exilio nos marcó profundamente en lo que hoy somos.
El exilio político como una violación a los Derechos Humanos, es un cercenamiento de la libertad, estás obligado a irte de tu país por tu propia integridad física, es la vida la que corre peligro, y no hay posibilidad de elección, sencillamente no podes estar en tu país, con todo lo que ello implica: familia, amigos, trabajo, estudios, cultura. Y dentro del exilio, hay diferencia entre los adultos y los niños, unos y otros sufren, pero los primeros comprenden lo que ocurre, a diferencia de los segundos. Eso es lo que nos pasó a nosotros. Sufríamos y veíamos sufrir a nuestros padres, y aunque nos explicaban, no podíamos entender completamente el motivo.
Todos transitamos en mayor o en menor medida, la condición de ser el Otro. Crecimos integrados en los países que nos albergaron, pero con el conocimiento de sabernos diferentes. Y luego, una vez en Argentina, continuamos siendo el Otro, nuestras vidas han estado signadas por ello: siempre fuimos el extranjero, el apátrida, el que no encajaba.
El destierro fue el peor castigo de los antiguos griegos, el más doloroso de todos los castigos. Nosotros y nuestros padres fuimos desterrados, sin haber cometido ningún delito. Se trataba de hombres y mujeres que trabajaban para construir una Argentina mejor para todos, más justa y solidaria. Y que nos enseñaron valores e ideas donde lo esencial era un proyecto de país nuevo basado en la justicia, el amor y el respeto por los otros. Esos ideales han sido la herencia de nuestros padres. El dolor, la dualidad, la sensación de no pertenencia, el desgarro: la herencia de la dictadura militar.
En contra del terror dictatorial, es que hoy nos unimos y denunciamos. Los hij@s del exilio queremos que de esto también se hable, y que se trate como lo que es, un problema de toda la sociedad.
Sabemos también que hay hijos de exiliados políticos en diferentes países. Algunos porque no volvieron nunca a la Argentina, contrariamente a nuestro caso. Otros porque regresaron a los países que los cobijaron durante los años de exilio, principalmente porque este país no les dio un lugar.
También estamos aquí y ahora, en esta tierra, que de a poco y con mucho esfuerzo, fuimos haciendo nuestra. Creemos que no fue casualidad que muchos de nosotros eligiéramos transitar por el camino de las artes y las humanidades. No sólo nos identificamos en nuestra experiencia pasada, sino también en quienes somos ahora, 30 años después. Somos parte de un sueño, llenos de memoria, esperanzas y proyectos. A pesar de que quisieron acallarnos instaurando el miedo, creemos que un pueblo sin memoria no puede construir un futuro digno. Recientemente los hij@s del exilio comenzamos a reunirnos, primeramente para compartir esos huecos colectivos que no podíamos compartir con la gente de nuestra generación, y con la intención de formar un espacio propio, sabemos que en grupo podremos concretar nuestros sueños de un país justo, solidario, con libertad y en democracia. Invitamos a otros hij@s de exiliados y a quienes se sientan parte de estos ideales y quieran participar conjuntamente con nosotros.
Contacto: hijosdelexilio@yahoo.com.ar.